La Eucaristía
Por Daniel Alberto Ayuch
Cada domingo por la mañana nos congregamos nosotros, los cristianos ortodoxos, en la iglesia para celebrar juntos la Divina Liturgia. Sin embargo sucede muy a menudo que por causa de la rutina o de las distintas preocupaciones que nos asedian, nos olvidamos del carácter alegre y reconfortante que esta celebración tiene.
Cristo, por si mismo, instituyó el sacramento del Eucaristía en la Última Cena, pues, “tomando el pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo a sus discípulos, dijo: Tomad, comed, éste es mi cuerpo. Tomó luego una copa, dadas las gracias, se la dio diciendo: Bebed todos de ella, éste es mi sangre la del nuevo testamento, que derramada por muchos para la remisión de los pecados.” (Mt.26:26-28), (Cf. Mc.14:22-24, Lc.22:19-20, 1Cor.11:23-25). Y les encomendó que este sacramento se levantara seguido “haced esto en recuerdo mío” (Lc.22-19) “Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.” (1Cor.11:26).
Este banquete tan especial posee dos características decisivas: por un lado es celebrado primordialmente a través de la conmemoración y por otro ofrece a los bautizados el alimento necesario para vivir la vida cristiana. Conmemoración y alimento son las dos palabras claves que nos van a ayudar a comprender mejor la eucaristía.
El Apóstol Pablo habla en 1 Cor 11,23-26 con toda claridad sobre esta celebración en el sentido de conmemoración de Nuestro Señor Jesucristo:
«Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: ‘Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.’ Asimismo también la copa después de cenar diciendo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.’ Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.«
En estas palabras se encuentran entrelazados muchos aspectos interesantes de la celebración eucarística de entre los cuales la conmemoración es quizás uno de los más importantes. Evidentemente compartieron todas las comunidades cristianas esta opinión desde los principios y por ello ha pertenecido siempre a la Liturgia la lectura en voz alta de algunos párrafos del Nuevo Testamento y la explicación en el sermón de estas lecturas a fin de que los cristianos reciban la enseñanza salvífica del Señor actualizada y se sientan reconfortados por ella. Y efectivamente encontramos en los Evangelios y Epístolas del Nuevo Testamento aquellas instrucciones y ejemplos de vida que los testigos y servidores del Señor aprendieron de Jesús y que luego transmitieron a las siguientes generaciones a fin de que las sabias palabras y los hechos del maestro Jesús permanezcan para siempre anclados en la vida diaria de los cristianos.
En la Divina Liturgia conmemora el sacerdote después del credo los hechos salvíficos de Jesucristo, o sea que hacemos memoria de su muerte, de su sepultura y de su resurrección y por supuesto de sus palabras en la última cena, tal como los escritos de San Pablo y los Evangelios las han conservado.
Finalmente comemos y bebemos todos los fieles el pan y el vino consagrados como Cuerpo y Sangre del Hijo de Dios, cuya enseñanza y cuya vida hicimos presente a través de la conmemoración.
Es justamente la participación en este banquete la que nos da la feliz esperanza de ser también partícipes del Reino de Dios que se aproxima. El Apóstol Pablo nos muestra en 1 Cor 15 cómo funciona este concepto. San Pablo denomina a Jesucristo en 1 Cor 15,20.22 primicias del Reino de Dios que viene: «Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron … Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo.»
El verbo «revivirán» está subrayado para denotar el carácter futuro de esta esperanza. Por ello dice además el Señor en Lc 22:15-16: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.»
Jesucristo es entonces el primer brote fructífero del Reino de Dios que nosotros tanto esperamos. Jesús ya ha recibido el cumplimiento de las promesas gracias a su fidelidad a Dios incondicional que lo llevó inclusive a la muerte en la cruz. A este mismo hombre le está ahora permitido sentarse a la Diestra del Padre. Pero hasta que el Señor exaltado por Dios Padre regrese, nos alimentamos nosotros de las primicias, de los primeros frutos del Reino a venir, que el Señor nos ha legado.
Quien ha observado un poco el comportamiento de los vegetales sabe que curiosamente algunas plantas ofrecen sus frutos maduros antes del tiempo marcado para la cosecha. Uno puede comer de estos frutos y probar anticipadamente el gusto que tendrá toda la cosecha cuando el resto de las plantas hayan cumplido el tiempo fijado para la maduración.
De esta misma manera nos alimentamos nosotros de la eucaristía como de los primeros frutos del Reino de Dios que se manifestaron en la persona y en los hechos de Jesucristo, «el Jefe que lleva a la Vida» (Hch 3,15).
Quizás resulte esta idea aún más comprensible si la comparamos con el pre-estreno de una película cinematográfica. A una película se le hace propaganda a través de un pre-estreno antes de que las salas de cine la pongan en programa, es decir, antes de que esta película sea parte de la realidad de su público en potencia. Una minoría elegida de entre los periodistas y gente especializada tienen la posibilidad de ver la obra de arte anticipadamente a fin de que con sus relatos e impresiones creen expectativas entre el grueso del público que desea ver esta película a estrenar.
De esta misma manera funciona comparativamente el Reino de Dios. Los Apóstoles asistieron al «pre-estreno del Reino,» es decir, ellos han sido testigos de las palabras y los hechos del Señor Jesucristo y han recibido los dones del Espíritu en Pentecostés. Nosotros ahora podemos en cada celebración eucarística, en cada Divina Liturgia, hacer presente estas vivencias a través de la conmemoración de manera que nos den fortaleza y entendimiento para que podamos vivir cada día con la felicidad del Reino de Dios hasta que regrese el Señor.
El hecho de participar de este banquete no nos exime automáticamente del sufrimiento y las dificultades de la vida cotidiana, sino que las mismas pueden quizás aún volverse peor. Sin embargo los dones otorgados por el Señor están ahí para abrirnos nuevos horizontes a fin de que, por un lado, aprendamos a tratar los problemas de esta vida con sabiduría y para que, por otro lado, podamos probar anticipadamente el fin de nuestra existencia y sepamos que al final del camino nos espera una felicidad inagotable.
Fuentes: https://www.fatheralexander.org/booklets/spanish/la_eucaristia.htm
Direcciónes como prepararse para la Santa Comunión: http://iglesiaortodoxa.org.mx/informacion/1969/12/la-santa-eucaristia/