El 28 de Agosto celebramos La Dormición de la Purísima Muy Bendita y siempre Virgen María. Es la fiesta Mariana más importante y muy querida por todos los cristianos Ortodoxos. Se conocía en la Iglesia Cristiana desde tiempos apostólicos. En el mismo día de la muerte bendita de la Virgen, estando los apóstoles reunidos milagrosamente en Jerusalén, la Madre de Dios se les apareció y les dijo: “Regocíjense, estaré con ustedes todos los días de sus vidas”. Ellos exclamaron “Santísima Madre de Dios, sálvanos” iniciando esta exclamación que acompañará a la Iglesia eternamente. Dicha tradición fue expuesta en la historia de la Iglesia de Nicéforos Callistos en el siglo XIV.
Pero ya en el primer siglo de la cristiandad, San Dionisio el Areopagita escribió sobre su “dormición”. Ese término expresa la creencia de que la Virgen murió sin sufrir, en un estado de paz espiritual. En el siglo II, la historia de que su cuerpo subió a los cielos la encontramos en las obras de Melitón, Obispo de Sardis. En el siglo IV, San Epifanio de Chipre hace referencia a la tradición sobre la “dormición” de la Madre de Dios. En el siglo V, San Juvenal, Patriarca de Jerusalén, le dice a la Emperatriz Bizantina Pulqueria: “pese a que no existen datos sobre su muerte en las sagradas Escrituras, sabemos sobre todo esto de la más antigua y creíble tradición”. Y esa tradición sigue siendo celebrada hasta hoy en La Tierra Santa iniciándose desde la noche del 24/25 de Agosto (11/12 de Agosto según el calendario «viejo»). Como entonces los apóstoles llevaron el de la Madre de Dios féretro sobre sus hombros, hoy el Patriarca de Jerusalén o un clérigo que él encarga lleva el epitafio de la Virgen en su manos. Esta procesión se realiza por toda Jerusalén repitiendo la Vía Dolorosa de Cristo hasta llegar al jardín del Getsemaní.
Le siguen multitudes de monjes, monjas y fieles cantando himnos de la Dormición
A la Madre de Dios La enterraron en Getsimaní porque ahí estuvo Su sepulcro familiar y ahí ya habían enterrados Su padres, los Santos Joaquín y Ana y el San José. En los tiempos bizantinos el sepulcro lo convirtieron en una Iglesia cristiana bajo de la tierra.
48 escalones descienden al templo, durante la fiesta de la Dormición se adornan con velas.
El epitafio de la Purísima Virgen se coloca bajo de un dosel tallado y se adorna con flores:
Según la leyenda, los apóstoles, al enterrar el Cuerpo de la Madre de Dios, por tres días no se fueron de ese lugar, orando y cantando salmos. Por la providencia de Dios, el apóstol Tomás no estuvo presente en el funeral. Llegando el tercer día a Getsemaní se acercó a la tumba y allí lloró preguntándose por qué no se le había permitido a él presenciar la partida de la Madre de Dios. Los apóstoles decidieron abrir la tumba para que Tomás pudiera dar su último adiós. Cuando abrieron el sepulcro, solo encontraron sus lienzos y entendieron que su cuerpo también había sido recibido en los cielos por Nuestro Señor.
La teología ortodoxa enseña que la Madre de Dios ya ha pasado por el cuerpo de resurrección, que todos van a experimentar en la segunda venida, y se encuentra en el cielo en ese glorificado estado que los otros justos solo disfrutarán después del juicio final.
Esta práctica de celebrar la fiesta de la Dormición de manera parecida a la Pascua comenzó en Jerusalén, y desde allí se llevó a otros países ortodoxos y a Rusia. Solo que en Jerusalén el 28 de Agosto ya celebran el Día de la Asunción de la Virgen María, es decir el tercer día después de Su muerte. Y en Rusia ese día es el día de la Dormición. En algunas iglesias y monasterios rusos, se sirve el rito del Entierro en el tercer día después de la Dormición. Hay varias prácticas, pero de todos modos veneramos el Epitafio de la Madre de Dios y nos despedimos con Su Purísimo Cuerpo.
San Germán, obispo de Constantinópola nos dejó un precioso texto dedicado a la dormición de María, en una de sus Homilías:
«Lo repetiré una primera, una segunda y una tercera vez con toda la exultación de mi alma agradecida: verdaderamente, oh María, aunque hayas emigrado de esta tierra, no te has alejado, sin embargo, del pueblo cristiano. No te has alejado de este mundo que está envejeciendo, tú que eres, al igual que Cristo, vida incorrupta; incluso a aquellos que te invocan te acercas más aún y te haces encontrar por aquellos que te buscan con fe. Estas cosas demuestran claramente que el espíritu de vida sigue espirando, y que tu cuerpo está libre de la caducidad y de la corrupción. No podía suceder que tú, vaso sagrado capaz de contener a Dios, te disolvieras en el polvo de la muerte que corrompe. El que se había anonadado en ti era Dios desde el principio: ‘Él estaba en el principio con Dios y era la vida’ (Jn 1,2.4); era, pues, conveniente que la madre de la Vida fuera asimismo compañera de la Vida y, recibida la muerte como un sueño, como madre de la Vida, su salida de esta tierra fuera parecida a un despertar».